Hace exactamente un año, el mundo conocía de un extraño brote en la ciudad china de Wuhan, donde en menos de un mes, se contabilizaron más de 200 casos de una rara enfermedad, supuestamente transmitida de los murciélagos a los seres humanos. Estos casos fueron reportados en el inicio de la agitada temporada de viajes por la festividad del Año Nuevo Lunar. Las primeras reacciones fueron seguir de cerca el comportamiento de la propagación del virus, considerando, erróneamente, que se trataba de un padecimiento local, que, en el peor de los casos, supondría una cadena de contagios a nivel regional y que la respuesta de los sistemas de salud de los países asiáticos, contendría su expansión. Es más, aún no se establecía que el vector de contagio eran los propios seres humanos
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